
A continuación se presenta la primera parte del escrito “Freud, Jung y Steiner” del psicoanalísta jungniano y psicólogo antroposófico italiano Lucio Russo.
Se trata de un escrito temprano del año 1976, reelaborado por el autor en el año 2015, y publicado en el Osservatorio Scientifico Spirituale (www.ospi.it).
La traducción al español fue realizada en el año 2020, y compartida en su momento con algunos colegas psicólogos y médicos del ámbito antroposófico.
La primera parte titulada “Método hipnótico, método catártico y psicoanálisis” se ocupa del camino recorrido por Sigmund Freud y los conceptos fundamentales sobre los que se funda el método psicoanalítico.
Introducción a la presente edición (2015)
Han pasado 39 años desde que realicé la conferencia de la cual nació el presente trabajo (1); han pasado 19 desde cuando fue publicado por la Asociación Cultural Source; han pasado 12 desde que fue vuelto a publicar por el “Observatorio Científico-Espiritual”.
¿Por qué proponerlo de nuevo? Es fácil de decir: cuando escribí el artículo titulado Neurosis obsesiva y neurosis histérica (del 16 de octubre de 2014) me di cuenta de que en realidad estaba respondiendo la principal pregunta abordada en mi escrito Freud, Jung, Steiner: la del origen de las imágenes y de las ideas que afligen, de una forma u otra, a los neuróticos. En el primer trabajo, traté de mostrar (a la luz de La filosofía de la libertad[1]) que dicho origen no debía buscarse, como indica Jung, en una esfera “psicoidea” abstracta e imaginaria, ni, como indica Freud, en la “esfera de los hechos y de las actividades sexuales”, sino, como indica Steiner, en la esfera animico-espiritual. En el segundo, fue posible precisar (a la luz de la “fisiología oculta” de Steiner) (2) que el origen de las imágenes mórbidas debe buscarse en la esfera animico-espiritual de los órganos considerados “cardinales” (riñón, pulmón, hígado, corazón) (3).
Así que aproveché la oportunidad para volver a presentar, reelaborado de pies a cabeza, Freud, Jung, Steiner, con la esperanza de que pueda introducir mejor y hacer más claro el segundo, que, aunque brevemente, lo completa.
Notas:
01) En 1976, se publicó como un “prefacio” al libro de F. Ranzato: La dimensione perduta (Mediterranee, Roma 1976);
02) R.Steiner: Una fisiologia occulta – Antroposofica, Milano 1981;
03) cfr. W.Holtzapfel: Le connessioni spirituali di fegato, polmone, rene, cuore – Natura e Cultura, Alassio (SV) 1995.
Roma, 28 de enero de 2015
LR
[1] Rudolf Steiner (1894) Filosofía de la Libertad: Fundamentos de una concepción moderna del mundo. (GA 4)
Introducción a la edición de 2003
En 1976, cuando realicé la conferencia de la que nació este breve trabajo, tuve la impresión de ser casi el único (al menos en Italia, y aparte de Massimo Scaligero, a quien había conocido cuatro años antes) en sentir la necesidad y la urgencia. de una psicoterapia orientada antroposóficamente. Mi impresión se vió reforzada por el hecho de que los psicoanalistas miraban con recelo mis intereses antroposóficos, mientras que los antropósofos miraban con recelo mis intereses psicoanalíticos.
Desde entonces, han pasado casi treinta años y las cosas han cambiado mucho (1). Sin embargo, no sabría decir si han cambiado para mejor. ¿Por qué? Porque si bien es cierto, por un lado, que más personas (principalmente del ámbito junguiano) reconocen hoy en día la importancia del problema que ya entonces me preocupaba, también es cierto, por otro lado, que no basta definir una actividad o institución como “antroposófica” para tener la garantía de que es el espíritu antroposófico o el ser de la Antroposofía la que lo anima.
En una cultura como la actual, dominada por la informática, el pragmatismo y la tecnica, el problema de una psicoterapia orientada antroposóficamente corre el riesgo de reducirse a una cuestión de información y técnicas psicoterapéuticas, así como el de una pedagogía orientada antroposóficamente. corre el riesgo de reducirse a una cuestión de información y técnicas didácticas.
Apuesto a que, por otro lado, todas las personas que actualmente participan en éstos ámbitos presumen estar protegidas de este riesgo porque creen, de buena fe, que el “saber” antroposófico es suficiente para conjurarlo. Pero el problema – lo repito -, no es el “saber”, sino el “espíritu” antroposófico.
“Quien no entiende todo, – aparentemente dijo un yogui – , no entiende nada”. Se puede entender esta afirmación solo si se entiende ese “todo” en sentido cualitativo (inspirado e intuitivo), y no cuantitativo: solo si se le entiende como el todo y, por consiguiente como el conjunto o lo esencial. Pero el todo, el conjunto o lo esencial es precisamente el espíritu. Parafraseando, por lo tanto, podríamos decir: “Quien no entiende el espíritu, no entiende nada”. Me doy cuenta de que tal declaración puede ser antipática, pero el hecho es que el Evangelio también lo dice. De hecho, Cristo dice: “ Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” (Lc 12, 31-32)[1]. Bueno, ¿qué es el “Reino de Dios” si no es lo esencial? ¿Y qué son “las demás cosas” si no lo inesencial?
Una cosa , por lo tanto, es hacer propio, más allá del ego y con toda el alma. el espíritu antroposófico (lo esencial), para obtener después las técnicas psicoterapéuticas o didácticas (lo inesencial), y otra cosa en cambio es aprender con celo estas últimas creyendo con esto haber ido más allá del ego y haber conquistado el espíritu antroposófico.
“La educación y la instrucción -dice Steiner- no deben partir de ningún conocimiento aprendido que luego se pone en práctica”, sino que “deben partir de una convicción viviente” (2); y advierte: “Lo característico de lo espiritual es que el hombre sólo puede reconocerlo si se esfuerza por llegar a ser, al menos en una pequeña medida, diferente de cómo se era en el punto de partida” (3).
Que estas preocupaciones son todo lo contrario a algo infundado, podría demostrarlo la favorabilidad con la que fue recibido el libro de Käte Weizsäcker Psicoterapia y Antroposofía (4). Donde se hubiese estado más atentos (o menos ingenuos), se habría comprendido que esta obra está animada por un espíritu “sincretista”: es decir, por un espíritu que apunta – como lo expresó el historiador de la filosofía Johann Jakob Brucker (1696-1770) – a la conciliación mal hecha de doctrinas completamente discrepantes entre sí.
Doctrinas – y hay que añadirlo – que, precisamente porque discrepan entre si, necesitan para poder reconciliarse (aunque mal), algunos retoques; y he aquí que la Weizsäcker se esfuerza, en la medida de lo posible de “magnificar” la psicología analítica de Jung y “empequeñecer” la antroposofía de Steiner. “Rudolf Steiner – dice por ejemplo – debe haber leído, así debo suponerlo, sólo las primeras ediciones de los escritos de Jung. Pero el conocimiento y la experiencia de la psicología profunda, en particular gracias a Jung y sus estudiantes, se ha ampliado y profundizado mucho desde la época de las declaraciones de Steiner” (5).
Podría puntualmente probar la legitimidad de mi juicio, pero no es este, en verdad, el lugar más adecuado para ello. Baste simplemente con observar que el Evangelio advierte que “ Ninguno puede servir a dos señores” (Mt 6:24), mientras que la Weizsäcker no sólo confiesa que tuvo “dos “maestros”: C.G.Jung y Rudolf Steiner” (6), sino que también afirma – lo que sin duda es más grave – que “el Cristo en mí” de Pablo “tiene relación con el “Sí mismo[2]“ junguiano” (7).
Bueno, no hay Junguiano que no sepa que Cristo, para Jung, es uno de los diferentes y múltiples “símbolos del Sí mismo” (como quizás Zoroastro, Buda o Moisés), y por lo tanto algo muy diferente de lo que es para Steiner.
El propio Jung declaró (en 1935): “Ya he leído algunos de los libros de Rudolf Steiner y debo confesar que no he encontrado allí nada que me haya sido útil desde algún punto de vista” (8).
Por eso vale la pena recordar lo que Steiner dijo a algunos antropósofos durante una conferencia celebrada en Berlín el 27 de junio de 1916: “Hemos trabajado juntos durante mucho tiempo y creo que la seriedad y la capacidad de discriminar entre elementos que tienen alguna afinidad ha aumentado gradualmente; después de todo, ¡incluso un perrito y un león tienen cuatro patas!…”, a lo que añadió, lamentando precisamente “la tendencia a poner las cosas al mismo nivel, haciendo así que se generen confusiones”: “¡Acomodar nuestro movimiento a tal o cual tentativa, es lo que más nos daña!” (9).
No creo que haya nada más que añadir. Sólo espero que este pequeño trabajo pueda ayudar a alguien a revigorizar su propio espíritu crítico (su capacidad de “discernir los espíritus”) y a acercarse con el corazón a eso de esencial que vive en la antroposofía.
Notas:
01) Para eso que ha cambiado en el terreno de campo psicodinámica, ver del autor el artículo In memoria della psicologia dell’inconscio (En memoria de la psicología del inconsciente), 1 de febrero de 2005;
02) R.Steiner: Educazione del bambino e preparazione degli educatori (Trad. al español: Educación del niño a la luz de la antroposofía) – Editorial Antroposofica, Milán 2002, p.107;
03) R.Steiner: Le entità spirituali nei corpi celesti e nei regni della natura (Entidades espirituales en los cuerpos celestes y los reinos de la naturaleza) – Antroposófica, Milán 1985, p.8;
04) K. Weizsäcker: Psicoterapia e Antroposofía – Red edizioni, Como 1998;
05) Ibíd, pág. 17;
06) Ibíd, p.15;
07) Ibíd, pág. 28;
08) Gerhard.Wher: Jung: la vita, le opere, il pensiero (Jung: su vida, su obra, su pensamiento) – Rizzoli, Milano 1987, p.408;
09) R.Steiner: Essere cosmico e io (Ser cósmico y yo) – Antroposofica, Milano 2000, pp.90-91.
Roma, 15 de noviembre de 2003
L.R.
[1] Lucas, 12: 31-32. Reina Valera, 1960
[2] Self. Traducido en las ediciones al español de la obra de Jung como “Sí mismo”
De la introducción a la edición de 1996
Este trabajo vió la luz en 1976, cuatro años después de mi encuentro con Massimo Scaligero. Siendo la antroposofía, como afirma Steiner, un “camino de conocimiento”, fundado gnoseológicamente sobre La filosofía de la libertad, fue entonces inevitable que surgiera en mi el deseo de examinar tanto el psicoanálisis de Freud, como la psicología analítica de Jung desde éste punto de vista. No es difícil, de hecho, constatar que en la literatura especializada es dificil encontrar textos que aborden de manera explícita y crítica los problemas relacionados con la percepción, la representación, el concepto y sus relaciones reciprocas. Sin embargo, estoy convencido de que estos problemas, hasta ahora monopolizados de manera abstracta por la filosofía y la psicología descriptiva, debería ser el centro de interés de todo aquel que pretenda afrontar de manera verdaderamente científica, es decir en el plano de una experiencia interior seria y objetiva, la rica y profunda fenomenología del alma humana.
Se debería convenir en que la “psicodinámica” – puesto que es el consciente el que plantea el problema del inconsciente – debería estar enraizada en una “logodinámica”: es decir, en un conocimiento y experiencia de la vida de la conciencia y del pensamiento.
A este respecto, en una conferencia pronunciada en Dornach el 10 de noviembre de 1917, Steiner dijo: “Puedo asegurarles que estos psicoanalistas son conocedores e investigadores del alma muy, muy superiores a los psiquiatras universitarios habituales, son muy superiores a la psiquiatría, a la psicología de las universidades, y desde cierto punto de vista tienen derecho a despreciar la espantosa llamada ciencia”.
“Ya hemos llegado al punto – añadió – en que se reconoce que no estamos tratando aquí con alteraciones fisiológicas o anatómicas. La gente ha superado el materialismo obtuso, la gente no se rinde ante el materialismo, habla del alma. Es un camino a través del cual uno trata de salir del materialismo puro para llegar a reconocer el alma”.
En la misma ocasión, sin embargo, después de recordar que los psicoanalistas hicieron “observar que las cosas del alma deben estudiarse como cosas del alma”, pero “no se acercan a la realidad espiritual, ni quieren acercarse a ella”, Steiner concluyó de la siguiente manera: “el psicoanálisis, al obligar a los hombres a estudiar ciertos procesos del alma sin los instrumentos cognitivos necesarios, sólo pueden conquistar “cuartos de verdad”: cuartos de verdad que, sin embargo, a veces pueden ser “más peligrosos que los errores”“. (1).
En otra conferencia, celebrada unos días después en Zurich (el 14 de noviembre), también dijo: “Teniendo en cuenta estas cosas, no quisiera criticar a estos investigadores, a los que admiro mucho por su coraje, que debe ser siempre lo suficientemente grande en el mundo lleno de prejuicios del presente, pero precisamente porque los problemas afectan a sectores de la práctica, conviene recordar que es necesario salir de la unilateralidad (…) Reconozco la importancia y la mejor honestidad y voluntad de los investigadores en este campo, pero también en el campo de la psicología analítica ellos terminan con resultados erróneos y unilaterales, porque trabajan con medios de conocimiento inadecuados” (2).
En cualquier caso, en 1982, dos años después de la muerte de Massimo Scaligero, en un breve y afectuoso recuerdo suyo, publicado junto con otros amigos y alumnos, escribí: “Todo nace del Espíritu. Desde este punto de vista, las fuerzas obstaculizadoras son impotentes: no pueden crear, sólo pueden tomar lo creado y volverlo, en forma de negación, contra las Fuerzas Creadoras. La psicología y la psicoterapia, que han surgido del Espíritu como impulsos modernos para una más profunda autoconciencia, han sido desgraciadamente doblegadas y obligadas a negar su propósito: es necesario, pues, liberarlas, redimirlas, restituirlas al Espíritu” (3).
Como simple investigador y estudioso de la ciencia del espíritu, y por lo tanto “lego”, deseo dedicar este pequeño esfuerzo mío a todos aquellos psicólogos y médicos que, en calidad de psicoterapeutas, sienten vivamente la urgencia de tal tarea y desean, de todo corazón, asumir esta tarea con humildad y coraje.
Notas:
01) Véase la primera de las dos conferencias celebradas en Dornach los días 10 y 11 de noviembre de 1917 y publicada por la revista “Antroposofía” en 1981;
02) R.Steiner: L’antroposofia e le scienze (La antroposofía y las ciencias) – Antroposofica, Milano 1995, p.135;
03) L.Russo: Intelletto d’amore in AA.VV.: Massimo Scaligero: il coraggio dell’impossibile (Intelecto de amor en AA.VV.: Massimo Scaligero: el coraje de lo imposible) – Tilopa, Roma 1982, pp.141-142.
Roma, 4 de noviembre de 1996
L.R.
Método hipnótico, método catártico y psicoanálisis
En 1885, tras haber obtenido el título de “Profesor asociado” (Privatdozent) en neuropatología, Sigmund Freud (1856-1939) viajó a París, a la clínica psiquiátrica de la Salpetrière, para perfeccionar sus conocimientos en la escuela de Jean Martin Charcot (1825-1893).
En ese momento”, recuerda Ernst Jones, “Charcot estaba en la cima de su fama. Nadie más, ni antes ni después, dominó el mundo de la neurología como él, y haber sido su alumno constituía una distinción permanente” (1).
Charcot llevó a cabo investigaciones y experimentos sobre la hipnosis y trató de aplicar este método a la terapia de la histeria.
Cesare Musatti escribe: “La realización de experiencias de hipnosis con neuróticos y la consiguiente comparación de los fenómenos obtenidos en la hipnosis con las manifestaciones espontáneas de esos neuróticos y en particular de los histéricos, llevó a Charcot a observaciones muy notables: la acción ejercida por la hipnosis podía crear en los sujetos parálisis parciales, contracciones, anestesias y en general muchos otros fenómenos que se correspondían completamente a los síntomas presentados espontáneamente durante los ataques en éstos enfermos. Y esa misma acción, así como podría hacer desaparecer esas manifestaciones después de haberlas provocado, también podía hacer desaparecer esos fenómenos cuando se producían espontáneamente en esos sujetos enfermos” (2).
Hay que recordar que tanto la obra de Anton Mesmer (1734-1815) como la de los más importantes representantes del llamado “magnetismo animal” habían allanado el camino para la obra de Charcot; ellos fueron los responsables del descubrimiento y la aplicación de ese “sonambulismo artificial” que más tarde se llamó “hipnotismo” (por James Braid, en 1843).
“Al ocuparse permanentemente del sonambulismo”, escribe Pierre Janet (1851-1947), “los magnetistas acabaron interesándose por todas las complicaciones nerviosas y mentales que se acercaban al sonambulismo. Los magnetistas fueron los primeros en conocer bien todos los trastornos neuropáticos y todas las formas de crisis nerviosas” (3); de ahí su convicción de que “el magnetismo animal desempeñaba un papel de intermediario entre los tratamientos religiosos y mágicos y las terapias psicológicas” (4).
El primer mérito de Charcot fue hacer que el método hipnótico de los magnetistas fuera aceptado por los círculos científicos y académicos de la época, orientados prevalentemente en un sentido positivista, como un tratamiento puramente psicológico o – como se llamaba entonces – “moral”.
Janet – observa Giovanni Pietro Lombardo – atribuye también al magnetismo “el descubrimiento de uno de los elementos fundamentales de la práctica psicológica: sin el uso de drogas es posible inducir experimentalmente una profunda modificación psicológica en otra persona y luego devolverla a su estado normal” (5). Gracias a Charcot – continúa -, “con el reconocimiento oficial del método hipnótico, se plantean ante la ciencia oficial los conceptos fundamentales de la primera psiquiatría dinámica: el hipnotismo como instrumento privilegiado para acceder al inconsciente; la dualidad de los procesos psíquicos conscientes e inconscientes como modelo del psiquismo humano; la introducción del concepto de energía psíquica (en sustitución del concepto de fluido magnético) en la patogénesis de las enfermedades mentales; la importancia de la relación entre paciente e hipnotizador en la psicoterapia” (6).
Intentaremos aquí examinar y discutir, sin ninguna pretensión de sistematicidad, estas “concepciones fundamentales”.
En lo que respecta a la energía psíquica, se puede decir que desde entonces se ha producido una clara regresión.
El paso que hubo, en aquellos años, de la idea de “fluido magnético” a la de “energía psíquica” podría haber constituido, de hecho, el presupuesto de un abandono definitivo de la concepción naturalista del alma. Dentro del propio magnetismo, por ejemplo, los llamados “animistas” se habían opuesto a los “fluidistas” argumentando -como afirma Janet- que “la acción del magnetizador era una acción moral que cambiaba los pensamientos y este cambio moral determinaba todo lo demás” (7). Algunos de ellos – repite – incluso hablaban de “un pensamiento diferente del pensamiento normal” que “sólo podría ser un pensamiento muy poderoso liberado de todas las limitaciones que las duras necesidades de nuestros sentidos, las leyes del tiempo y el espacio imponen a nuestro espíritu” (8).
James Braid (1795?-1860), Hippolyte Bernheim (1840-1919), Joseph Breuer (1842-1925) y Pierre Janet, aunque no se les puede contar plenamente entre los animistas, fueron sin embargo menos prejuiciosos, al menos en el lenguaje, que sus modernos sucesores. El primero, por ejemplo, habla de “imaginación”; el segundo habla de “ideodinamismo” y subraya la necesidad de no descuidar el “espíritu”; el tercero se pregunta si es lícito o no definir los síntomas de histeria como “ideogénicos” (9); el cuarto (un alumno de Charcot) razona en términos de “ideas fijas subconscientes” y de “tratamientos morales”.
Limitémonos, sin embargo, a señalar que en virtud de estas experiencias, que demuestran la eficacia del tratamiento psíquico o moral, la idea de la psicogénesis de la neurosis comenzó a consolidarse.
Sin embargo, la terapia hipnótica tenía sus límites. No sólo su aplicabilidad se mostraba limitada, ya que no todos los pacientes podían alcanzar el grado de hipnosis requerido, sino que además su eficacia resultó ser precaria, ya que una vez que los síntomas desaparecían, a menudo reaparecían (quizás en una forma diferente), lo que obligaba al terapeuta a aplicar el tratamiento cada vez con mayor frecuencia. A nivel teórico, quedaba sin resolver, en cuanto terapia sintomática el problema de la etiología de la psiconeurosis.
Freud, después de pasar unos cinco meses en París y de ir también a Nancy (en el verano de 1889) para asistir a los experimentos de Bernheim (cuya escuela estaba en desacuerdo con la de Salpetrière), decepcionado por el método hipnótico, reanudó su colaboración (en Viena) con Breuer, interesándose especialmente por un caso que había seguido desde diciembre de 1880 hasta junio de 1882 y que se había desarrollado y resuelto de manera inusual y sorprendente.
(La colaboración entre Freud y Breuer duró desde 1882 hasta 1894 y aún hoy en día no está claro el motivo por el cual se interrumpió. “Sería deseable -escribe Paul Roazen con ironía- que Josef Breuer, uno de los primeros colaboradores de Freud, tuviera algo interesante para decir ya que su material sobre Freud permanecerá inaccesible hasta el año 2102” (10). Rudolf Steiner [1861-1925], en la conferencia celebrada en Zurich el 10 de noviembre de 1917 [mencionada en nuestra introducción de 1996], dijo que estaba convencido de que la investigación psicoterapéutica habría tenido un resultado completamente diferente si ésta hubiera sido adelantada principalmente por Breuer).
Cuenta Jones: “Freud se sintió muy atraído por el famoso caso de Anna O., del que tuvo conocimiento poco después del cierre del caso en junio de 1882: para ser exactos, el 18 de noviembre. Eso se alejaba tanto de su experiencia que le impresionó profundamente, y discutió los detalles con Breuer innumerables veces” (11).
Así que retomaron el caso tratando de diseccionar, profundizar y desarrollar sus implicaciones de orden teórico y práctico.
Este caso (una auténtica “piedra angular” en la historia del psicoanálisis) se refería a una joven afectada por numerosos y graves síntomas de histeria.
(El nombre de la paciente era Bertha Pappenheim. Más tarde se convirtiría en exponente del “movimiento femenino ebraico de emancipación” y se suicidaría en Nueva York unos sesenta años después).
Algún tiempo después del inicio del tratamiento, Breuer notó que la paciente, una vez llevada a un estado crepuscular o hipnótico, comenzó a producir una serie de comunicaciones verbales de carácter alucinatorio. Estas se presentaron primero en forma de cuentos de hadas, cuyo motivo recurrente era el de una joven afligida y ansiosa al lado de la cama de un enfermo, y luego tomaron la forma de recuerdos o recreaciones de eventos experimentados en el pasado.
Breuer observó, con sorpresa, que el resurgimiento de un recuerdo asociado a uno de los síntomas era seguido de la desaparición del propio síntoma.
Señala Musatti: “En un cierto periodo, se había manifestado repentinamente en la paciente la sensación de repugnancia, e incluso la absoluta imposibilidad de beber cualquier líquido, a pesar de una fuerte sed; esto ya había durado dos semanas, cuando la paciente dijo en la hipnosis vespertina, expresando al mismo tiempo un profundo sentimiento de repugnancia, que un día al entrar en la habitación de su dama de compañía, vió al perrito de ésta bebiendo de un vaso, y que se abstuvo de hacer observaciones frente al hecho por puro respeto a esta persona. Después de haber contado esta historia – acompañada, como dijimos, de expresiones de asco – la paciente pidió de beber; y bebió sin ninguna dificultad mucha agua. Desde entonces, la inhibición a beber desapareció de forma estable, incluso en el estado de vigilia” (12).
Alentado por esta experiencia, Breuer trató entonces de facilitar, a través de la hipnosis inducida, el resurgimiento de los recuerdos. Algunos se mostraron privilegiados: su resurgimiento -como había sucedido la primera vez- despertaban en la paciente una reacción emocional que anulaba los síntomas correspondientes.
Al final, surge el recuerdo de un evento muy particular que Breuer consideró decisivo en el surgimiento de la enfermedad.
“Como episodio inicial de la enfermedad -continúa Musatti- puede considerarse el siguiente hecho, contado por la paciente, como todos los demás, durante la hipnosis y completamente olvidado en el estado de vigilia. Una noche estaba ella sola en la cama de su padre, en un estado de ánimo particularmente depresivo por el retraso en la llegada, que se requería inmediata, de un cirujano que tenía que realizar una operación. En su estado de duermevela, ocupada por fantasías, le pareció ver sobre la pared una serpiente negra que se acercaba al enfermo para morderlo. Quiso alejar al animal, pero encontró que su brazo derecho -que descansaba en el respaldo de la silla- estaba “dormido” y no pudo moverlo; mirando los dedos de su mano derecha vió que se transformaban en serpientes, que terminaban en un cráneo” (13).
Los trabajos de Freud y Breuer (pero sobre todo los de Freud) resultaron muy fructíferos: el resultado fue a la vez un nuevo método terapéutico, llamado “catártico” y una primera ordenación teórica del problema etiológico, que tomó el nombre de “doctrina del hecho traumático”.
(“No es cierto -dice Luciano Mecacci- que Breuer curó a Bertha basándose en el método catártico, es decir, en la evocación y verbalización del pasado y en la liberación de los contenidos psíquicos negativos, causa de los síntomas de histeria: en cambio, se limitó a la hipnosis sola y prescribió altas dosis de cloral y morfina” (14). Es cierto, pero esto depende del hecho de que el método catártico, nacido de una reflexión póstuma sobre el caso de Bertha, obviamente no pudo preexistirle. El término “psicoanálisis” nació en cualquier caso más tarde. Como recuerda Jones, fue utilizado “por primera vez en una obra publicada en francés el 30 de marzo de 1896, mientras que en alemán aparece por primera vez el 15 de mayo de 1896”. [15].)
Desde un punto de vista práctico, la terapia catártica resultaba mejor que la hipnótica: permitía una aplicación más amplia (ya que la hipnosis profunda no era necesaria para hacer resurgir los recuerdos) y sus resultados se mostraban más duraderos.
Desde un punto de vista teórico, las nuevas experiencias no hacían más que confirmar la relación patógena entre las imágenes interiores y los síntomas, lo que había sido puesto de manifiesto por Charcot.
Freud se dió cuenta entonces de que el problema de la etiología de la psiconeurosis se traducía en el del origen y la naturaleza de las imágenes mórbidas. Afrontó por consiguiente este problema, pero no pudo resolverlo – como veremos – de manera apropiada.
Su primera hipótesis fue la siguiente: las imágenes mórbidas debían ser consideradas recuerdos, es decir, re-producciones mentales de eventos traumáticos específicos y concretos que ocurrieron durante la infancia. Sin embargo, como los síntomas neuróticos, a diferencia de lo que sucede en la “neurosis traumática”, surgían también a gran distancia del evento patógeno, Freud consideró responsable de la psiconeurosis no sólo al hecho original, sino también su reactivación debido a un segundo hecho más reciente que podría estar asociado de alguna manera con el primero.
Para que una psiconeurosis aparezca, debían concurrir, según Freud, dos hechos concretos: el primero (infantil, traumático y suprimido) encargado de sumergir en el inconsciente la imagen con su carga emocional; el otro (actual y desencadenante) encargado de traer de vuelta a la superficie la carga emocional, pero no la imagen, causando así una reacción anormal o patológica.
Como se ve, las imágenes interiores no podían ser, para Freud, más que re-producciones de imágenes perceptivas: es decir, representaciones de eventos que ocurrieron en el mundo exterior. De hecho, él observó el fenómeno desde el punto de vista de ese realismo que se llama “ingenuo” precisamente porque desconocía (inconsciente) los roles desempeñados en la realización de la “cognición sensible”, por parte del sujeto (por el Yo), el concepto, la actividad de juicio y la imaginación. Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu[1]: casado de hecho con esta perspectiva, no es sorprendente que Freud haya puesto la representación, que se da in intellectu, en medio de dos eventos que se dan en cambio in sensu.
Habiendo descubierto en el inconsciente representaciones de naturaleza muy particular, se puso por lo tanto, en la búsqueda de eventos igualmente particulares de los cuales éstos no podían ser más que el recuerdo o la re-producción.
Estos, una vez localizados, resultaron consistir en agresiones sexuales sufridas o perpetradas durante la infancia. Freud los llamó “traumáticos” por esta razón, llegando a especificar que la psique estaba predispuesta, en el primer caso, a la histeria y, en el segundo, a la obsesión.
Esta doctrina se puede resumir de la siguiente manera: 1) el hecho traumático primario provoca una fuerte reacción emocional; 2) la representación del hecho y la carga emocional relacionada no solo se eliminan, sino que también se separan; 3) con motivo de un hecho nuevo, asociado de alguna manera con el primario, la carga emocional, que se ha vuelto independiente de la representación original, sale a la luz y se manifiesta como una reacción inadecuada o anormal (como un “síntoma”). En la histeria, esta carga se convierte somáticamente (se “descarga” en el cuerpo); en la neurosis obsesiva, ataca en cambio otras representaciones (“fija” las ideas).
Era una doctrina lineal y aparentemente irreprochable. Pero justo cuando todo parecía haber encontrado su lugar, Freud hizo un descubrimiento que invalidó toda la teoría que había desarrollado.
Musatti describe así lo sucedido: “En el mismo momento en que la doctrina de la etiología traumática de las psiconeurosis fue desarrollada por Freud de forma integral, con la determinación de una especificidad del trauma para los dos tipos de psiconeurosis, se estaban preparando las condiciones para el abandono de esa doctrina. La aplicación de la teoría a nuevos casos clínicos, habría, en efecto, de reservar una sorpresa para Freud: mientras que con algunos sujetos las pruebas indirectas (consistentes en testimonios de familiares, o las declaraciones concordantes de más neuróticos pertenecientes a la misma familia, en torno a estos episodios de la infancia en los que participarían) habían llegado a apoyar la veracidad de los recuerdos reactivados por los pacientes, con otros sujetos las pruebas indirectas del mismo tipo revelaron a Freud la completa irrealidad de los hechos que los pacientes afirmaban recordar. Toda la interpretación teórica construida por Freud parece derrumbarse ante esta precisa negación. Si los hechos que deberían haber actuado traumáticamente no son reales, se pierde el punto de apoyo de toda la concepción que hemos expuesto” (16).
Esto, para la historia del psicoanálisis y sus desarrollos posteriores, fue un momento verdaderamente decisivo.
Venido a menos el vínculo entre la imagen y el hecho, pero conservándose el vínculo entre la imagen y el síntoma, Freud se encontró ante esta alternativa: o bien renunciar al realismo ingenuo (el psiquismo como tabula rasa) y conceder autonomía a las imágenes interiores, buscando su origen en la interioridad más profunda del alma; o bien conservar este realismo e insistir en la dirección tomada, esperando descubrir otros “hechos” capaces de reemplazar a los caídos.
Superado el desconcierto inicial, Freud eligió el segundo camino, abandonando así las intenciones formuladas en un principio.
(En 1914, dijo: “Cuando esta etiología cayó por su improbabilidad y su incompatibilidad con circunstancias precisadas con exactitud, me encontré al principio desesperadamente desorientado. El análisis me había llevado, por un camino correcto, a esos traumas sexuales, y ahora se descubría que no eran ciertos (…) Perseveré quizás sólo porque no tenía elección y no podía volver a empezar en ningún otro campo. Finalmente, pensé que, después de todo, uno no tiene derecho a protestar porque se ha decepcionado de sus expectativas: uno necesita más bien volver a verlas. Si los histéricos reportan sus síntomas a traumas inexistentes, este nuevo hecho significa que crean escenas similares en la fantasía, y que la realidad psíquica debe ser tenida en cuenta junto con la realidad efectiva” [17]).
Para aclarar mejor lo que sucede, usaremos un ejemplo. Imaginemos una joven que, en el momento de tener relaciones sexuales, se siente agobiada por la angustia y el miedo. A la luz de la doctrina del hecho traumático, el caso se explicaría de la siguiente forma: La joven se enfrenta actualmente a una tarea; en relación a ésta, manifiesta una reacción impropia que es el efecto – a la luz de la investigación -, de una imagen inconsciente de agresión sexual; como ésta sólo puede ser un recuerdo (una “imagen mnemotécnica”), la paciente debe haber sufrido una agresión sexual durante su infancia; no recuerda el hecho porque lo eliminó; la reacción emocional vinculada al hecho, pero luego separada de éste, ha sido despertada hoy, puesto que la presente tarea reevoca su experiencia de la infancia.
Bien, preguntémonos: una vez venida a menos la posibilidad de valerse del hecho traumático infantil, ¿cuánto se salva de dicho razonamiento? Sólo dos cosas: la reacción manifiesta impropia (el síntoma) de frente a la tarea actual y su conexión con una imagen inconsciente de agresión sexual.
Musatti menciona la primera, pero no dice nada de la segunda. Escribe en efecto: “Es posible mantener casi inalterada la interpretación del proceso mórbido esencial para la psiconeurosis, sacrificando el concepto de trauma sexual infantil específico. Hemos visto que Freud había concebido la acción de ese trauma específico como una acción indirecta: sólo el recuerdo de ese episodio infantil – un recuerdo que es inconsciente, pero aún así susceptible de ser despertado de cierta manera por situaciones sucesivas y actuales- generaría en los sujetos una tendencia a animar ante esas situaciones más recientes y actuales, ese comportamiento particular que se ha especificado como una “reacción impropia de defensa “. Eliminando el hecho infantil, esta reacción impropia permanece…” (18).
No es así: además de la “reacción impropia de defensa” permanece de hecho el vínculo entre ésta y lo que se creía que era un “recuerdo”, pero que ahora ha resultado ser en cambio una “escena” creada – como dice Freud – “en la fantasia”, y por lo tanto una imagen de origen desconocido. Volviendo a nuestro ejemplo, sólo una cosa es cierta: la actual reacción patológica de la joven de frente a la tarea es el efecto producido, a nivel consciente, por una imagen inconsciente de agresión sexual.
Aunque hubiese admitido en un primer momento “que la realidad psíquica debe ser tenida en cuenta junto con la realidad efectiva”, Freud no estaba dispuesto a conceder autonomía a la imagen. Queriendo salvar (más o menos deliberadamente) el axioma del realismo ingenuo, no podía admitir que los contenidos se dieran in intellectu sin haber estado antes in sensu: es decir, no podía admitir que las imágenes, aunque sirven para implantar “escenas en la fantasía”, estuvieran desvinculadas de la realidad sensible, y se distinguieran por esta misma razón de las representaciones.
Como los primeros hechos se demostraron inexistentes, comenzó a buscar otros. A donde fue esta vez a buscarlos, lo explica de nuevo Musatti: “La reacción impropia ya no puede concebirse simplemente como una reacción defensiva dirigida específicamente a lo displacentero de un recuerdo, sino que puede entenderse como un comportamiento genérico hacia toda una esfera específica de hechos y actividades: la esfera de los hechos y las actividades sexuales” (19).
Los hechos ambientales (socioculturales) fueron por lo tanto sustituidos por hechos biológicos (físico-químicos).
(Escribe Freud: “La hipótesis según la cual la excitación sexual tiene una base química concuerda perfectamente con las concepciones que nos hemos formado para ayudarnos a comprender y dominar las manifestaciones psíquicas de la vida sexual (…) Cuando distinguimos la energía de la “libido” de cualquier otra energía psíquica, suponemos que los procesos sexuales del individuo difieren de las funciones de la nutrición por una química particular” (20); y añade: “Si no obstante se diluye, con C. G.Jung, la noción de “libido”, identificándola con la de energía psíquica en general, se renuncia a todo lo que nos han aportado las observaciones psicoanalíticas realizadas hasta ahora. La discriminación de las tendencias sexuales de cualquier otra tendencia y la limitación de la noción de “libido” a las tendencias sexuales, encuentran su apoyo más potente en la hipótesis que hemos formulado anteriormente, relativa a una química particular de la función sexual” [21]).
Las imágenes interiores no fueron, por lo tanto, consideradas como recuerdos, re-producciones de eventos específicos ocurridos en el mundo exterior, sino como representaciones de “hechos y actividades” que ocurren y tienen lugar en el cuerpo y, en particular, en aquellas regiones donde la función sexual (oral, anal, uretral y genital) ocurriría y se desarrollaría, según Freud.
La solución fue a tal punto “brillante” que las imágenes, que estaban in intellectu, podían continuar estando, de alguna manera, entre dos hechos: entre el sexual interno, que si no estaba propiamente in sensu, estaba de una forma u otra in corpore, y el ambiental externo, que estaba propiamente in sensu. De la interacción de estas dos realidades nace, en cualidad de epifenómeno, la entera psique.
La psique no es, en efecto, para Freud, más que el efimero resultado del encuentro o del choque entre las instancias biológico-genéticas (hereditarias) y las socioculturales.
(Otto Fenichel, en su conocido libro Tratado sobre el psicoanálisis, declara explícitamente que si el impulso del bios no se opone a las “contra-cargas” de carácter sociocultural, se podría hablar de “reflejos” pero no de “psique”. “El estudio de estas fuerzas inhibidoras,” – escribe – , “de su origen y sus efectos sobre la tendencia de descarga, es el primer objeto de los estudios psicológicos” [22].
El peligro de nuevas retractaciones parecía así conjurado: la específica “reacción impropia de defensa” se había transformado en un genérico “comportamiento” impropio, y el “hecho traumático” específico se había convertido en una “esfera de hechos y actividades sexuales” no menos genérica.
En este punto, Freud elaboró una teoría de la sexualidad infantil (los Tres Ensayos sobre una Teoría de la Sexualidad son del año 1905, pero se encuentran referencias a esta ya en 1898). A la luz de cuanto se ha dicho, esta teoría no podía nacer más que hipotecada y distorsionada: tuvo que heredar del antiguo hecho de rasgos traumáticos o al menos desagradables.
El hecho fue que la caída del hecho traumático le había quitado a Freud la pieza más importante de su mosaico doctrinal. Querer mantener “casi inalterada – como dice Musatti – la interpretación del proceso mórbido esencial para la psiconeurosis, sacrificando el concepto de trauma sexual específico de la infancia”, significaba por lo tanto mantener “casi inalterado” el mosaico a pesar de la pérdida de la pieza principal. Para tal fin fue necesario modelar la pieza destinada a llenar el “vacío” (la sexualidad infantil) sobre el modelo o en la pauta del anterior (el hecho traumático).
No es, por tanto – como probablemente se cree- de la observación objetiva de la sexualidad infantil – de donde nació la teoría “del proceso mórbido esencial para la psiconeurosis”, sino que es esta última la que, para permanecer “casi inalterada”, se vio en la necesidad de formular una teoría particular de la sexualidad infantil.
Esta es, nos guste o no, la génesis de la conocida y establecida teoría freudiana de la sexualidad infantil. Carl Gustav Jung (1875-1961) no la rechazó de forma azarosa, descubriendo, allá donde Freud veía un ser “perverso-polimorfo”, un niño que simplemente está pasando por el “estadio presexual” de su propio desarrollo (23).
Aquellos que dudan de la validez de la presente reconstrucción de los hechos harían bien en reflexionar sobre el siguiente episodio, relatado por Jung en su autobiografía: “Tengo todavía vivo el recuerdo de eso que me dijo Freud: “Mi querido Jung, prométeme que nunca vas a abandonar la teoría de la sexualidad infantil. Esta es la cosa más importante. Verás, debemos convertirla en un dogma, en un baluarte inquebrantable”. Me lo dijo con pasión, en el tono de un padre que dice: “Y prométeme sólo esto, hijo mío, que irás a la iglesia todos los domingos”. Con cierta sorpresa le pregunté: “¿Un baluarte, contra qué cosa?”. A lo que respondió: “Contra el negro mar de lodo” y aquí vaciló un momento, y luego añadió “del ocultismo”. (24).
Sólo la presente reconstrucción puede explicar una gaffe[2] científica de tal magnitud (Jung comenta: “En primer lugar fueron las palabras “baluarte” y “dogma” las que me alarmaron; porque un dogma, es decir, una declaración de fe inquebrantable, sólo se establece cuando se tiene por objeto sofocar las dudas de una vez por todas. Y esto no tiene nada que ver con el juicio científico”) (25).
No es difícil, en efecto, imaginar que si la teoría de la sexualidad infantil hubiera caído también, después de la del hecho traumático, habría en realidad caido el último “baluarte” puesto por el materialismo, contra el reconocimiento de la “realidad del alma” (así se títula una colección de ensayos de Jung) (26): realidad que se asoma detrás de lo que Freud señala como “el negro mar de lodo del ocultismo”.
[1] Nada hay en la mente que previamente no estuviera en los sentidos
[2] Un acto o comentario no intencional que causa vergüenza a quién lo origina; un error garrafal
Título original en italiano: Freud, Jung, Steiner
Año de publicación: 2015
Autor: Lucio Russo
Publicado en digital por el Osservatorio Scientifico Spirituale
Traducción al español: Carlos Andrés Guío, 2020
Sobre el autor
Lucio Russo
Lucio Russo (1940 – 2018) se dedicó desde 1963 al estudio del psicoanálisis freudiano y después al junguiano. En 1971, fue uno de los fundadores del G.A.P.A. (Grupo autónomo de Psicología Analítica) y, hasta el año 1982, publicó en “El Minotauro” una decena de trabajos. En 1972 encontró a Massimo Scaligero y, con su guía, realizó el estudio de la ciencia espiritual de Rudolf Steiner. De 1993 a 1998 realizó conferencias y cursos de estudio en la Sociedad Antroposófica Romana. Ha colaborado en la revista “Antroposofía” y “Kairos”. Además de varios folletos, ha publicado en forma privada: “Dialoghi sulla libertà” (1996), “Amor, che ne la mente mi ragiona” – Un estudio de La filosofía de la libertad de Rudolf Steiner (2013), “L’odore di violette – Reflexiones sobre Il cervello , la mente e l’anima de Edoardo Boncinelli” (2016); en colaboración con la asociación cultural Source: “Freud, Jung y Steiner” (1996), “Hypnos e Oneiros” (1997), “Pensare il ‘900” (1998); por la Fior di Pesco Edizioni: “Il femminile, il maschile e l’umano” (2004). Del 2001 al 2019 ha publicado sus artículos en el sitio web “Observatorio Científico Espiritual” (www.ospi.it).